Todas las cosas que me dijiste a tu marcha
me dolieron en el alma...
Me prometiste
no volver a hacerme daño jamás.
Te vistes de falso testimonio,
con los que yo antes moría
porque los cumplieras.
Y ahora escarmentada,
ya no creo en nada,
adiós a esta guerra.
Maldito corazón que se empeña
en cada caricia,
de oculta arrogancia,
se desploma en lágrimas
volviéndose piedra.
Embrujan las palabras
aprovechando las ganas
de que un deseo de cuento sea cumplido.
Lo único que ocurre, es que la sonrisa
se convierta en un gesto infeliz y aturdido.
No existe la miel
cuando te das a la equivocación.
Se abre una profunda afección
que no deja de doler,
hasta que dejes de pensar en el error.
Aunque parezca en tal momento
que no hay salida para un olvido,
la clave está en rehuir al corazón
en un atrevimiento de contradecirle
con la razón.
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